sábado, 9 de enero de 2010


No habrá en el páramo cierto una palabra que mencione mi estatura, mis pies franciscanos, mi borrico entrando solo a Jerusalén.
La gracia es un hueco dolorido que atraviesa mi cuerpo en latitud y longitud, un inmenso agujero que adorna mi cabeza, un cero elevado a la décima potencia del destino.
En este hombre que me intento, raído en el traje de la risa y atado a la pequeña llama de la noche, podré dejar de estar en el estar o abrir la puerta de lo que tuve jamás y en los jugueteos o en la canción de cumpleaños o en la ostia que no me consagraron, quizás pueda aferrarme a la mano de aquel niño, quizás pueda despojarlo de mí secreto, quizás pueda empujarlo hacia el futuro, o hacia el carrusel que se empecina dando vueltas y vueltas en los umbrales de la última caída.
Por el retrato los conoceréis y además por sus pulgares y el estrépito serial de las falanges que se quiebran en la sombra chinesca de la escritura.
Ellos están ahí. Detrás de la pantalla incólume, del guiño antropomorfo, del cubil en guiño perpetuo, encamisado y dócil.
Verás la cifra impar de sus accesos y el lento andar en pie, pero nunca la niña de sus ojos, el hálito desierto de su último sorbo alicorado.
Ellos están ahí. Estarán. Lejanos y en esta planicie sin retorno, daré mi vuelta buscando en las sortijas el secreto que no revelan.
Aquí me quedaré, aquí, sin otra ocupación que una inmóvil ambición infantil, en toda la extensión del sórdido vegetal adocenado, del árbol que soy, apenas ensayo un gesto de recelo.
Nunca estuve tan incierto de mi gracia y atravesado en la calma por la espesura de una tormenta que me escupe hacia la orilla de lo que no fui ni ya seré.
Hugo Celati (2009)(Imagen: "El universo perdido" R.Magritte)