jueves, 28 de febrero de 2019


MORRIÑA

Los nombres trajeron un aroma de otoño en la solapa; la flor mustia, acaso vencida.
Los padres de nuestros padres.
Sus hermanos, en la edad donde todo era posible.
Los retoños de un tiempo que huye entre juegos en el patio y el lento musitar de los gorriones sobre la parra.
El retrato de la abuela desenmarca su rigor y entonces ella irrumpe en la galería con su porte céltico, su andar cansino, su mesura. La voz de quién todo lo sabe porque solo se le escucha la palabra austera.
A lo lejos, desde la quinta generosa, se oye la voz del tío Osvaldo matizada por rezongos y bromas que se esconden detrás del tronar de la radio, los tangos de Charlo o el dominical sufrimiento que River le surca en el pecho.
En la cocina, tía Inés se evapora bajo el humo sabroso de los guisos, su mano callosa revuelve con ardor, la risa abierta como quién libera pájaros de una jaula, su gruesa figura andarina detenida en el marco de la puerta.
Don José, apoyado en su bastón viaja aún hacia Galicia en medio de palabras que sangran nostalgia, sus brazos de rústico ebanista, la noble profesión del Nazareno sellada en las toscas piezas de sus bancos y mesas, el misterio de su pobre habitación poblada de sonares de gaitas y cantares.
Todos están aquí, en los pliegues fantasmales de tantas remembranzas. Agazapados en los rincones de mi propia ausencia, en la ebriedad de mi eterno retorno.
Y la vieja casa, humilde y larguísima, agigantada en la evocación infantil, es un ligero esbozo, una silueta difusa de navidades y pascuas, de rondas de mate y tortas fritas a través de la ventana lluviosa.
Es apenas una sombra, que gime aprisionada bajo el cemento y el hierro de los surtidores y el vertiginoso mercado que hoy se enseñoreran en este espacio de mi alma. Es apenas un susurro bajo el febril andar de los autos que vienen o que van. Una exhalación imperceptible que se apaga en la fosa del taller mecánico.
Un cúmulo de pensamientos desordenados e inquietos.
Mas espectrales que mi propio recuerdo.

(Imagen:Salvador Dalí." Recuerdo")

domingo, 3 de febrero de 2019


FEBRUARY, 14 th


Cajitas de bombones rectangulares hasta la perfección o en forma de corazones carmesí. Rosas de intenso buqué, ramos frondosos plagados de cintas barrocas.
Peluches con pequeños carteles que rezan plegarias apasionadas.
El día de los enamorados irrumpe con desparpajo.
Viene precedido de simpáticos heraldos radiales, que ensayan una y otra vez sus reflexiones en torno al encuentro de dos o por infinidad de avisos clasificados en los diarios, matizados con ilustraciones y frases de ocasión.
Viene ocupando el trono majestuoso de los televisores, desplazando en los mismísimos noticieros a las siempre redituables noticias sobre la inseguridad o las retóricas disputas políticas.
Viene serpenteando desde calendarios ajenos, imperiales, extravagantes, de la mano de otros esperpentos como Hallowen o Saint Patrick.
El día de San Valentín está entre nosotros. No será posible en esta jornada conquistar un lugar tranquilo para tomar un café y leer sin sobresaltos a Poe o a Vallejo. Más difícil aún nos resultará conseguir una plaza para cenar. Y si la obtenemos, habremos de soportar la mirada entre insultante y compasiva de todas las parejas, que no terminarán de comprender nuestro solitario estar en el mundo.
Fastidioso San Valentín ¿Desde cuándo el mercado moldea la caprichosa arcilla de nuestras pasiones?
Maldito San Valentín. Nadie dice que esté mal entregarse con apacible furia a los brazos del amor. Pero que en ese tálamo no ingrese la oscura burocracia de las obligaciones, la miseria moral de la retribución, el ojo perverso de la codicia.
Dos son el parnaso o el infierno. Dos tejen su trama festiva en los palacios dormidos de Rimbaud o son la pena, como decía Marechal.
¡Fuera San Valentín! En tu día…¡Dos son una insoportable multitud!
Hugo Celati (2013) (Imagen "Los amantes". R.Magritte)