domingo, 27 de diciembre de 2009

CARTAGO


Abriré uno a uno los cajones. Allí estarán tus cartas, el perfume añejo de lo dicho y el veneno oculto de lo que callaste. El rosario enhebrado de mentiras piadosas, el amor y su doble, cegados en el espejo de tu retrato. Las fotos agrupadas en álbumes prolijos: la niñez de tu dolor y la exuberancia de tu cuerpo fraguado en la siesta calurosa de veranos que no tuve. El desorden salvaje de tu pelo, tu boca (ahora cerrada, deshecha en millones de megapíxeles aterrados) tu boca de fuego que no ardió en un solo sitio de mi piel. Allí estarán las palabras dispersas como el polvo sediento del camino, la enunciación de amores de falsa fachada, el estigma de tus vocativos imposibles, el vida de mi vida y aquella apelación a mis ojos y tu destino. Allí estará la voz de un micrófono secreto, lejano, absurdo, perdido en la última cabina telefónica del universo, la voz que me llamó por el nombre que no tuve desbocada en el viento de un deseo que tal vez yo sólo imaginé.
Allí estarán tus frases inflamadas, el “pienso en tu sexo” (“el surco prolífico” que me estaba negado desde siempre) , la invitación a las ceremonias que nunca quisiste hacerme pero a las cuales me invitaste por puro placer tanático.
Allí estará tu vestido que compraste y que será de otro (o solo tuyo o de nadie o de los dioses crueles del destino). Allí estará la luna que no veremos, la terminal del confín de las lindes agitando un pañuelo ensangrentado. Allí estarán tus confesiones (que no me hiciste pero que yo creí de todos modos) las que dijiste hacerme pero apuntaban hacia otros horizontes.
Allí estará el grotesco vals de los destinados para siempre, y el encuentro y el milagro donde un viejo mago agrió los odres con inocente malicia.
“Delenda est”.
Allí estarás vos y ante todo el peso de este amor que me dobla el espinazo del destino, no tendré otro remedio que incendiar la tierra de tu recuerdo y luego echar sal en ella para que tu nombre no florezca jamás, aún en mis más temibles pesadillas.
Hugo Celati (2009) (imagen: René Magritte "L´Echelle du feu")

sábado, 26 de diciembre de 2009

EL DESTINADO


Se levantó de la cama, lánguida y silenciosa, luego de contemplarlo largamente. El hombre surcaba un sueño profundo y había en su expresión un rastro beatífico, un signo de calma inaudita.
La luz del amanecer atravesaba los cuerpos desnudos como un jazmín preñado de pequeños brillos, de ínfimas perlas trabajadas en el sudor del deseo. Ella corrió con siglillo las cortinas y ese esplendor del alba se corporizó en el aire como el despertar de un ángel.
Sin que él pudiera advertirlo, la mujer tomó el aceite perfumado que dormitaba en la mesa de noche, amasó sus manos con delicadeza y con extrema suavidad rozó el pecho emboscado del durmiente que apenas se movió. Una sonrisa le cruzó el rostro y ella, entusiasmada ante el placer del hombre, prolongó su afanosa caricia hacia el vientre. Él, solo musitó un imperceptible gemido. La tenue claridad se disipaba en haces nacarados, en partículas volátiles de alguna estrella testigo del amor, de la ceremonia nocturna consumada entre jadeos y acentos salvajes.
Tanta intensidad se ha consumido como el fuego, pensó ella y luego de besarlo en los labios, que aún guardaban el sabor del amarula, tomó tierna y delicadamente el puñal especialmente elegido para la ocasión y lo hundió con todas sus fuerzas en el torso del hombre que apenas se agitó en un espasmo rojo y silábico.
La sangre, frutal y espesada por el aceite, fue cayendo sobre las sábanas.
El perfume se hizo tan vívido como la mañana.
Hugo Celati (2009)(Imagen: La voz de la sangre, René Magritte)

viernes, 25 de diciembre de 2009

CABECITA


Un hombre dice hoy: me ha nacido un sueño en la axila de mi asombro, en la marcha incesante, en el duro clamor de mi despojo. Y aquí estoy, al pie del barro que me surca, a las puertas de la tos que desespera, contando lo que le queda al pan de mí, de mis hijos innumerables, del hombre que los engendró en la vereda, en el tren y sus pobres estampitas que resbalan hacia el suelo.
El hombre se pregunta, porqué son acaso estas monedas tan exiguas en el plato, porqué una boca se alimenta con la bruma de la noche, porqué si el dios de los vencedores lo sigue crucificando sobre el pórtico cerrado de los templos, ese sueño escapa raudo, huye, fugitivo y veloz ante el escarnio de los amos, ante el celo de los existentes sin mácula, ante el ojo alupado de los ricos que cuentan los microbios de su cabeza y mandan al ángel de la guarda a que verifique la bondad de sus documentos, a que lo apalee en silencios rítmicos y luego lo arroje al calabozo del olvido.
El hombre, prisionero de las cifras antes que de las rejas, cautivo del odio antes que del juicio oral y público, el hombre pata al suelo, el hombre de cabellos de alquitrán endurecido, el hombre con quienes los elegidos jugarán a la piñata, solo espera, mientras la lluvia moja los harapos de su vejamen, que ese sueño encallecido de sus manos pueda escapar de los fusilamientos clandestinos, de los homicidios planificados, de los decretos de inanición y urgencia.
Que ese sueño se salve para salvar lo que quede de hombre al hombre
Hugo Celati (2009)(fotografía Padre Carlos Mugica en la Villa 31 extraída de 2.bp.blogspot.com/_vATEE14HcIw/SkQmTaciazI/AA)

martes, 22 de diciembre de 2009

EL RITUAL DE LOS IMPUROS


En el viejo retrete, donde la noche se hunde, un hombre se dobla entre gemidos. Y vacía su soledad y vacía su muerte y vacía su silencio que se oscurece en las heces violentas, en los hijos sangrantes de un útero herido. El hombre, que sonríe dentro de su traje y opina con decisión sobra la eutanasia o las variables económicas, está ahora, aterido, semidesnudo, sentado en aquel blanco agujero. Exorciza sus entrañas, expulsa los demonios de su sangre, se desvanece entre la miasma putrefacta. Cada uno de nosotros, acompaña su ritual. Y allí no vale demasiado lucir bonita o cual macho cabrío desbocado o erigirse en genio tutelar de los grandes destinos o en sabio erudito que descifra manuscritos a orillas del Mar Muerto.
Estamos destronados. Y al evacuar, nadamos entre las aguas turbias de nuestros desperdicios y entregamos un poco del ser que no somos.
Atados a la mísera tarea ¿Quién puede creerse más de lo que es?
Todos, a la hora residual que indica el alba o la tormenta, acudimos a la cita.
Y luego, al contemplar la mierda que escribimos desde nuestro volcánico fragor, revivimos el viaje vergonzoso de Adán y Eva, expulsados del bien y la belleza.
Hugo Celati (2009)(Imagen René Magritte)

martes, 15 de diciembre de 2009

EL SENDERO DE SÍSIFO


Cuando el mundo encuentre la imagen que se oculta tras la esfera cautiva de los doctos; en ese instante absoluto donde significado y significante yazcan en el lecho de la última verdad; en el lapso tan eternal como efímero en que los hombres dejen su estrella ciega al pie del dios que construyeron; yo apenas estaré soñando que despierto, que me yergo sin temores y me visto deprisa.
Que ajeno a las luces o a las sombras, me sostengo sobre los pies de mi obstinada soledad. Que camino hacia donde nunca estarás, hacia la sed que no cesa su pregunta, hacia el sepulcro nupcial, hacia la vieja aspereza de saberte sin entender porqué, para qué o qué llave endemoniada me abrió el rumor de tu nombre y me quitó a la vez la promesa falaz de tu lejano paraíso.
Mi cuerpo, quebrada su espalda por la piedra colmada de la memoria, rodará y rodará, sin que pueda jamás alcanzar la cima.
Cada día de cada noche, el ensueño incesante me mantendrá despierto en la vigilia abismal, en el suplicio brutal de tu recuerdo.
Hugo Celati (2009) (Imagen: "Sísifo"- Tiziano)

viernes, 13 de noviembre de 2009

BAILARINA EN LA BRUMA


(A Vilma E.F.P DA in memoriam)

Hermosa bailarina que sonríe en la foto, aquella del sombrero y los ojos frágiles de una expresión indescifrable pero angélica.
Hermosa, con su pelo blanco y su aire de hada que regresa de dónde nunca partió, abrazando a su nieto y estampándole a la tarde el violento y dulcísimo estrago del querer.
Hermosa en su secreto enamorado, pariendo las rayuelas que la parieron en la vereda del amor. Hermosa en el pañuelo agitado sobre la boca abierta de la tierra.
¿Hermosa estás? ¿Te has ido un rato?
Tal vez a jugar tu pequeña escondida, tu broma más triste, tu despedida entre los brazos de la bruma tenue.
Es que el sol no quiso verte partir, no quiso que salieras de aquel cuadro y de tu eterna sonrisa que todo lo redime.
Rosario, 6/XI/09
Hugo Celati (imagen: "La bella cautiva" René Magritte)

jueves, 12 de noviembre de 2009

ADIOS


Y se desangra despacio, apenas abriendo y cerrando los ojos. La ventana no estaba, la ventana es el último intento de la vida.
Y sus ojos vuelan en calma por el rectángulo de cielo. Nadie sabe que a estas horas, se desangra despacio, y el aliento se arrastra entre susurros oscuros. Los libros desbandan sus palabras, y hay cientos de imágenes que se desploman a los pies de la cama.
Que puede verse desde el rojo adiós, tal vez aquel poema escrito cuando la fe sostenía el corpus de la mentira. Tal vez los ojos de la mujer amada en vano, y el cuerpo de la mujer amada en vano, y el tibio sexo de la mujer amada en vano.
Pero se desangra despacio. Y eso es todo lo que la vida contiene en su esencia y su existencia. Las fotos se esfuman o las lágrimas vuelven por sus fueros, y las sábanas bermejas humedecen su adiós. Nadie lo sabe.
Es verdad, entonces, aquello de la sola soledad. Y qué puede importar el desorden gutural de la habitación, y las paredes descascaradas, y la navaja sucia de sangre durmiendo la paz eterna sobre el piso.
Hugo Celati (2009) (Imagen: "El durmiente temerario" R.Magritte)

sábado, 31 de octubre de 2009

LLUVIA


El aire huele húmedo y trae aromas de tierra líquida, de carne vegetal que exhala perfumes de su savia. Los árboles gimen, agitan cascabeles en sus brazos jadeantes, que se elevan hacia un cielo de ojos cerrados y boca temblorosa. La luz se descompone en haces que van oscureciendo su propio cuerpo y son siluetas imprecisas, tildes erráticas, despojos de bruma que sobrevuelan los techos bajos y se empecinan en una embestida inútil contra los edificios. Desde la ventana puedo ver el ágil paso transeúnte que busca amparo. En el bar, algunos disponen la partida, apurados por la promesa inclemente del tiempo. Otros, en cambio, nos desperezamos atados a nuestro destino y proseguimos con la lectura o el dulce anonadamiento, el estarse echados a suerte y verdad, sin prisas ni ansiedades. Como un acorde mudo que puede presentirse antes que el músico armonice su instrumento, las primeras gotas salpican el vidrio sin disonancias. Luego, el vendaval desploma sus salvas.
El agua es un torbellino que reduce la mirada, la acota hasta un punto único de desnudez y desamparo. Las pupilas se ciegan, permanecen ancladas en un horizonte borroso de colores difusos y figuras deformes.
Son apenas unos minutos, un hiato minúsculo e insignificante que parece abrir cauces en el tiempo. Vaga ilusión anudada a la voz intimidante del trueno o al azote divino del rayo.
Cuando todo vuelve a recuperar su estructura, cuando la calle se deja ver empapada de lágrimas primitivas, de sudores de dioses que enfermaron por conjuros desconocidos, cuando un chico y su madre saltan los charcos y el espejo de la tarde los cristaliza en mi recuerdo, cuando los automóviles barrenan el pavimento inquieto y embrujado, los espectros de lo que fui, la sombra de lo que seré, vuelven a corporizarse ante mi mirada.
Es inútil que intente regresar a la lectura.
Los nombres de lo que ya no puede ser nombrado yacen en la plaza, marchitos por el torrente rojizo del crepúsculo.
Y se pierden, junto a ese pequeño tallo, a esa flor deshojada, a esa hoja mustia, que la corriente empuja hacia la alcantarilla, hacia la boca de tormenta. Hacia el adiós.
Hugo Celati (2009) (Imagen: René Magritte)

sábado, 24 de octubre de 2009

LOS TRABAJOS DE LA MUERTE




La muerte ha entrado sin golpear a la puerta. Tal vez le he concedido demasiada confianza, porque ella irrumpe con sus falsos modales de amistosa vecindad, con su aire familiar y sus saludos cordiales. Observa con un rápido gesto de sus ojos (hundidos en alquimias que sólo ella conoce) y parece aprobar el eterno desorden que reina en mi habitación. Se sienta y ensaya una mirada sobre mí. No me atrevo a corresponderla, no puedo siquiera pensarme en el acto de buscar sus pupilas ciegas, su rostro álgido, su boca desierta de luces. Quisiera decirle que ha estado intensa estos últimos días, ocupada en sus trámites rápidos y precisos, en su ejercicio contable que amputa los nombres sin alterar el resultado del balance. Quisiera increparla, puesto que su brazo ha tomado del tapete la carta secreta que pensábamos jugar y ahora la esparce en cenizas de tiempo, en polvo de huesos que se diseminan por los rincones y atraviesan la pared de nuestra presencia.
Sin embargo no pronuncio palabra. Me estoy allí, quieto también a su lado, escuchando con ira y temor su silencio roído, el imperceptible chirriar de sus dientes que rezan plegarias, ausencia de sangres, letanías de adioses cuyas sombras naufragan en el horizonte, en el agua del ayer y el espanto cotidiano del insomnio.
Si pudiera, si tuviese las fuerzas de las que carezco por mi congénita cobardía, ahora mismo la empujaría fuera de mi casa, la expulsaría por la puerta hacia el abismo de la infancia primera o al Edén que soñaron los dioses.
Pero no tengo valor, puesto que ella permanece incólume, consagrada en el tramo doliente de mis actos y su figura se multiplica en la tríada fatal de mis ausencias.
Hugo Celati (imagen: René Magritte)

domingo, 11 de octubre de 2009

EL GUSANO


No sé porqué este gusano me recorre y duele hasta decir mañana o nunca.
En la calma de la noche, en el desvelo que cuenta las vetas infinitas de los mares, se arrastra y horada las paredes del silencio, el suelo gástrico del odio, la entumecida quietud de mis entrañas que gimen (solo yo las escucho...pero gimen) y los sueños se sientan en la almohada, me miran desde el lejano territorio dónde supe estar, despreocupado, me miran y apenas si pueden con su llanto, con sus maneras contritas, con su culpa agazapada.
Pero el gusano prosigue, él no ha venido a este mundo a otra cosa que a comer de nuestra carne, los brotes de nuestros árboles, el cairel de nuestra risa. Sobre la flema de este gusano que corre, sinuoso, por las calles secretas de mi cuerpo, jamás sospeché que la noche fuera tan larga.
¡Siempre me pareció tan breve a la hora del amor o en la secuela del cansancio!
Ya pasará. A lo lejos, se escucha el ardoroso andar del primer tren. Las luces pronto traerán en vilo a la mañana, esa tregua inútil que me quita del medio, que me cierra los ojos sin decirme palabra.
Hugo Celati (2009) (Imagen: René Magritte: "La Meditación")

jueves, 1 de octubre de 2009

TRES PALABRAS


¿A quién le dice la noche que no puede? ¿A quién le pide perdón? ¿A quién saluda con su último esplendor?
¿Alguien puede ir más allá de sí mismo, abrirle caminos a los sueños sin edad, anotar un guarismo sin que este se multiplique en dolores infinitos, fechar una carta sin que sangre de sus pies, anudar una promesa a la vez que los gallos sagrados se la niegan?
Poder es siempre no poder salirse de la línea.
¿Alguien sabe que su muerte ha acontecido a la hora que supuso más feliz? ¿Qué el destino le contó los huesos a la alegría y arrancó para sí el que abría las puertas del mañana? ¿Qué no viajará esta vez hacia el cuerpo amado? ¿Qué nadie lo esperará en la oscura terminal de su tristeza? ¿Qué no habrá luna en la “miel en los crepúsculos”? ¿Que aquel vestido sangrará su imposible en el agua del silencio?
Saber es nunca saber a quién asesinamos sin pudor.
¿Alguien quiere salirse de su pena? ¿Arrojar al aire la moneda mordaz de sus dolores?
¿Interpelar al oráculo y gritarle a viva voz: “esta vez podré, porque me aman”? ¿Saltar el abismo de los años con los ojos cerrados? ¿Armar su valor con el arco niño de su fe?
Despedirse es el acto inicial de la existencia.
¿A quién le dispara la noche, a quemarropa, tres palabras del calibre del adiós?
Hugo Celati (2009) (Imagen: René Magritte: "La memoria")

POSDATA


No tengo prisa por llegar hacia el último escalón de la noche.
Allí solo un conjuro de la luna puede darle brillo a mis silencios
y la desesperada marcha ciega que me impulsaba a golpear puerta por puerta
buscando lo que no habría de hallar ha terminado de súbito.
When I die I don't care what happens to my body dijo Ginsberg y entonces puede ser, pues claro que es posible.
Si todas las luces se parecen al candil del adiós que unos ojos dibujaron en mi piel, en mi torpe esperanza de niño y en la ventana de mis próximas prisiones.
Lo que vino es igual a lo que se ha ido.
Pero eso no es todo amigos. Se parece demasiado al cuerpo tibio y sin vida de lo que habrá de venir.
Los pies están descalzos, la ropa se vuelve hacia mí, los libros se precipitan hacia el suelo, el reloj de pared se encabrita, los pocillos se vacían sin que nadie los haya llenado, el vino no embriaga, el fuego ya no daña la trama indisoluble, la fiesta es apenas un recuerdo de ajenas alegrías, el rostro de Dios no está en su retrato.
Podríamos decir con Ginsberg
When I die I don't care what happens to my body
Pero creo, mis amigos, que ustedes ya lo han descifrado.
Hugo Celati (2009) Imagen: René Magritte.

martes, 22 de septiembre de 2009

VERDADERO, FATAL, ROSTRO DEL ENCUENTRO


Y es tanto que se vuelca del cauce y busca amigajarse con la tierra, embeberse en el cuerpo terroso y marchitado, amasarse en un lodo espeso, eternal, atormentado como el clavo en los pies de la cruz.
Es tanto que va a tontas y a locas por las calles, se persigue a sí mismo, tropieza contra los transeúntes perplejos que lo insultan o lo miran espantados o le ceden el paso como a un cortejo fúnebre.
Tanto que borra con su dedo escolar el relato de lo que fue, que derrama tinta de su pupitre sangriento sobre el cuaderno de lo que es, que ignora con cabal conocimiento el rostro del augurio. Que no puede pensarse siquiera en la trama sutil de una ucronía o aceptar de manos de Dios mismo la ostia redentora de una vida en el goce de los goces.
Tantísimo es, que su filo se vuelve contra la mano así como la lente contra el ojo o el zapato que muerde y despedaza el pie desamparado.
El dolor se sale de la baza y en su dentellada ciega, bestial, irreflexiva destroza lo que ha dejado de ser, lo que está muerto, lo que se ha perdido.
El dolor es la suma de las eternidades que no serán y la diáspora imposible de tus ojos que ya no esperan.
Hugo Celati (2009) (Imagen: René Magritte -"Los Amantes")

martes, 15 de septiembre de 2009

AMOR Y DOLOR



Debajo de las baldosas de mi sombra, hay un hueco dónde resuena tu nombre.
Laberinto impiadoso, tu voz lo pronuncia y mis pies se pierden absortos en la búsqueda.
¿Estás allí? Acaso en un cuadro de infancia que se lleva tu sonrisa triste, y el vigor abuelo de un afecto y la distancia memoriosa del tiempo armando con paciencia su tela de araña.
¿Estás allá? En la estática sucesión de muertes, en los silencios que acuñaron tu talla de mujer, en el arrojo de tu cuerpo y sus brotes voraces e incendiarios.
Difícil saber qué trama tiene el encuentro, difícil cuando se acoraza tu silencio y no es posible seguirle el rastro a una huella amanecida o a una lágrima guardada en el último rincón de tu cofre sagrado.
Te hiciste en soledad bordeando el río sinuoso de heridas que no han de cerrarse.
Y en el alba temprana del adiós, en tu estarse de madre de madres, en tu explosión feliz (aquella tregua de vida brotando de tu carne) nunca te creíste destinada a la alegría. Nunca, merecedora de ese afecto capaz de abrirle ventanas a la condena del dolor original.
Y cuando el azaroso tempo de la melodía nos empujó a la confluencia de sonidos inéditos, dispersos en el aire pero abigarrados en las teclas sutiles de la sangre, cuando nuestros ojos se toparon como dos toros furibundos, cuando la palabra nos dejó desnudos ante nuestro deseo y supimos sin estudiar el resultado de las cifras que habíamos nacido solo para encontrarnos alguna vez entre una multitud de ciegos, hubo un hiato en el cuello de la tarde, una letra que se desaliñó sin querer, un enjambre de preguntas que soltó su zumbido aletargado y mortífero.
¿Estás allí? ¿Estás allá? ¿Acaso aún en frente de mi puerta abierta?
¡Qué cosa con las criaturas que son hijas del barro doliente!
¡Que triste es su juego aun en la exuberante dicha del amor!
Hugo Celati (2009) (Imagen: "La persistencia de la memoria" Salvador Dalí)

jueves, 10 de septiembre de 2009

CRUXIFICCIO


Ella me niega la primera vez.
En su boca distante se sellan palabras que nunca me dijo. Asoma el hilo de un extraño furor, un resabio a licores de ira, un rencor deshojado en su mensaje extrañamente austero y oculto.
Ella me niega la segunda vez.
Me condena a un silencio que traba mis huesos, que desorbita los ojos de mis noches, que atraviesa con un tizón de fuego mis entrañas, que ata los cordeles de mis nervios al respaldo de una cama de hospital que se afantasma.
Me amordaza con una ausencia que mide los pasos desde algún lugar secreto e incógnito. No me deja pronunciar aquella palabra que diga cuánto hay de mi en su existencia, no me deja mostrarle que mi sangre es la suya desde el origen de los tiempos.
Ella me niega por tercera vez.
Ahora el silencio es una larga voz que aúlla en los techos de mi cordura, un estrépito de tambores disonantes que vuelcan la líquida violencia de sus parches en mis ojos ciegos.
Ahora el silencio se parece mucho a la muerte y sus máscaras soñadas, a la oquedad de lo que habrá de venir, a la ira de los mansos que son martirizados en algún nuevo Coliseo.
Ahora el silencio es un túmulo dónde el amor recuerda frases que tal vez pronunció sin conocerlas en su trama más íntima.
Y el dolor de no estarse, y el fuego impasible del tiempo. Y el adiós.
Hugo Celati (2009)

domingo, 6 de septiembre de 2009

LAS VITRINAS DEL MUNDO


Las vitrinas del mundo exhiben nuevas mercancías. Brillan entre el bullicio de las ferias, o en la frente caliente de las calles.
Las multitudes se agolpan tras el estrépito de los vendedores
-Caballero, aquí está su paraíso...
-El bien y el mal, puede encontrarlo en los subsuelos...
-Libertades y derechos, moléstese hasta el entrepiso...
-Dioses a su medida, salón de los espejos...
Así, las vitrinas del mundo ofertan todo lo necesario para entender la vida. Y quizás hasta la vida misma.
Pero lo extraño en estas transacciones, es el final que se oculta a nuestros ojos.
Porque hay quien se empeña en silenciar el triste espectáculo de millones de seres errabundos, cabizbajos, desfilando en el oscuro mostrador de los reclamos
-Pedí yo poesía, y me dio usted este pequeño Neruda de bolsillo.
-Quise la eternidad y aquí me han negociado un viejo reloj de Eistein.
-Solicité libertades y obtuve los discursos de cien parlamentarios.
-El objeto de mi compra fue el bien y el mal, y aquí en la caja me entregan sólo una serpiente y su manzana.-
Hugo Celati. (IMAGEN M.C.ESCHER)

CASANDRA


Se mostraba en la cornisa de su equívoco, en la pronta miseria de su cordura. Y es que, en ocasiones, la voz no rima con los silencios, la jaula no sucede al pájaro ausente, el agua no estuvo dónde la huella húmeda da indicios.
Todo lo que se hizo ha estado de más. Todo lo que se haga, también.
Nada puede entenderse más allá de los cordeles invisibles que el pensamiento entrelaza a ciegas. Los hombres construyen sus palacios de futuro perfecto, su haré, su sabré, su viviré, su moriré y en los renglones del manual de Gramática, lo uno se ordena en un mundo de espejos simétricos. La Lógica es un icono que brilla en el altar enhiesto del Topos Uranos. y aún cuando todas las palabras enhebradas y el gesto liminar de elegir la manzana en el árbol y el acto mismo de garabatear estos grafemas sangrantes pasen por el tamiz de la conciencia, la única luz que brilla por sí misma está en la fragua secreta, en la boca de todos los fuegos, en el eterno devenir, en el ojo traslúcido donde cada partícula se revela sin otro ropaje que su desnudez original.
Hugo Celati (2009)

jueves, 6 de agosto de 2009

EL HOMBRE NO HA VENIDO


EL HOMBRE NO HA VENIDO...

Pavorosa cólera precede a paso y qué con ese viento a no lavar los ojos y no dejar en el aire un solo vocablo sin partir por su lado más frágil. Decididamente el hombre no está hoy, en su pobre voz que no amanece, en su tibio cuerpo que aterido de frío se levanta y se viste malamente, en su oscuro pálpito sin números, en su viejo almanaque que no lleva señales ni sombreros ni zapatos ni órdenes ni tazas ni cucharas ni un saludo que se asome a los recuerdos. Decididamente, el hombre, humano en su sed y sus preguntas, el hombre que no sabe y que se inclina ante el prójimo o se cuenta los huesos de su traje, el hombre humanidad, la sangre inquieta, el hombre global, el pequeño universo de temores, el hombre multitud que se hacina en los trenes o se pierde en la calle, no ha venido, está ausente, su forma es una cicatriz de su esencia, su ser, un hilo enredado entre los pies de los dioses.
Y a qué venir ahora con su café y sus frases, sus periódicos deshabitados y el pañuelo que sangra sus deslices. Si la furia se antepone al sustantivo y le mutila el último sueño, el verbo en potencia que no será más que la parodia de su acto.
¡El hombre no ha venido...! ¡Escuchen bien...acaso ya no llegue!
Hugo Celati 2009 (Imagen: R.Magritte)

sábado, 1 de agosto de 2009

LA NOCHE


Ella camina sobre la cornisa del día, cuando los gallos aún no cantan desde las lejanías, cuando el tránsito desenvuelve sus rugidos impúdicos sobre el pavimento, cuando el trabajo despeina las veredas y acaba con el ayuno del silencio. Viste su negra falda, su oscuro raso de encaje que se extiende en las mangas como un gato desperezándose en el tejado. Camina descalza, los zapatos cuelgan de su bolso de cuero, se proyectan hacia abajo sin contradecir el rigor de la gravedad.
Al llegar a la esquina de Vicente Lopez y Junín se detiene. El semáforo vomita ansiedades y los autos fugan, hacia delante o hacia atrás, porque a estas deshoras el tiempo confunde sus máscaras. La dama de negro se apoya sobre la pared de ladrillos del Cementerio. Espera. Tal vez, sueña. A corta distancia mis ojos buscan retratarla porque ya saben que se tomarán de su imagen cuando la soledad del bar o de mi escritorio le abran paso a las palabras. Los motores detienen su furia contenida y cruzamos. Ella va delante. Ahora observo que avanza con la cadencia de una grácil bailarina. De un salto se posa en los umbrales del Design. Pero en ese mismo instante se desvanece en el aire. Perplejo, atino a caminar en círculos, la busco mirando a tontas y a locas. No está.
Súbitamente, la veo. Sin que yo sepa de qué forma lo ha hecho, su figura se contonea por el paredón del Cementerio que limita con Vicente Lopez. ¿No habíamos cruzado la calle? Las sombras me juegan una broma, me empujan dentro de esta ilusión óptica que teje siluetas brumosas a la hora en que el alba todavía desconoce su propia naturaleza.
Decido seguirla. (como otras veces...como siempre). Los árboles la ocultan y es gracioso advertir que sus manos parecen surgir ahora de los troncos añosos, o que su cabellera bruna es un dibujo caprichoso sobre la pared roída por los siglos.
Y entonces sucede, porque un mínimo brote luminoso se deja caer entre las partículas del aura, como una tenue llovizna de pétalos brillantes. Ella permanece quieta sobre las rejas. Me sonríe y su boca (lo sé) está plena de misterios , de frágiles pies cruzando los caminos, de licores y palabras que no se han dicho por última vez o que jamás, acaso, tendrán el mismo sonido sobre los cristales que el viento toca con sus dedos.
Su boca azulada, sus labios de fuego frío, de ardor en el invierno de la sangre, su piel que perfuma el devenir, el agua ansiosa de las horas, sus brazos que tantas veces trazaron alas en mi espalda.
La beso y su beso me excita como un perfume de jazmines en el jardín de los recuerdos.
Pero al abrir los ojos,( como otras veces, como siempre,) sé que no estará.
Que se habrá ido dejando acaso una pequeña estela de rouge en el sabor impávido y soñoliento de mi torpe despertar.
Que se habrá ido y solo me quedará esperarla sin certezas, casi soñándola.
Rogándole al sol que la libere del horizonte, que la deje escapar del río, solo para que yo pueda volver a perseguirla entre las calles innumerables.

Hugo Celati (fotografia: NATALIA MOLINERO)

domingo, 26 de julio de 2009

MENTIRAS

Hay quienes mienten porque no tienen otro camino posible. Frente a ellos, se erige otro que desea escuchar esa mentira.
A veces, el precio de una verdad es tan doloroso, que se prefiere la omisión, el silencio o la transfiguración de las palabras.
Esta alquimia secreta es un ejercicio cotidiano, entendible, inocuo. Necesario en ocasiones para no ser despojados o ultrajados, hasta el límite de perderlo todo.
Por eso no habrá un solo reproche a estos fabuladores que han agotado su inteligencia y su sangre en el vano intento por explicar el sentido de sus actos y pensamientos.
Pero vaya un especial desprecio para aquellos a quienes habiéndoles ofrecido el cofre más preciado de nuestra comprensión, solo atinan a vaciar dentro de él su mezquindad y sus miserias.
Aquellos ante quienes dejamos un manto luminoso de complicidad y solo nos devuelven su vanidad, su torpeza y su ceguera.
Aquellos que subestiman nuestra tolerancia y persisten en la mentira que ni ellos terminan de creer.
Puedo perdonar cualquier cosa, menos este vicio egoísta y aniñado.
Si abrí ante un semejante, la puerta de mis desvelos y lo invité a tomar de mi licor más secreto, si dejé ante él la inequívoca señal de que puede decirlo todo puesto todo está permitido y nada será sometido a otro juicio que el de mi más honda aceptación, si no hay crimen posible que pueda oscurecerlo, si no hay en mi mesa lugar para diatribas, si sus actos, pensamientos, palabras y omisiones jamás serán pasadas por el tamiz estrecho del pecado, si le hice saber que mis ojos no dictarán sentencia, que sus palabras serán mi más preciado silencio, si lo abracé en la certeza de que somos uno más allá del bien y del mal y solo obtengo de él la blasfemia de su desconfianza, entonces sí habrá traspasado una línea sin retorno.
Habrá muerto para mí, sin tribunales, sin dogmas a los cuales remitirse, sin dictámenes.
Habrá muerto por el propio peso de su estupidez y su ignorancia.
Y esa muerte no abraza la esperanza de alguna resurrección. Es eterna, sin otro fuego y otro infierno que el de la indiferencia.
Hugo Celati (2009)

viernes, 24 de julio de 2009

VENTAJAS Y DESVENTAJAS DEL SUICIDIO

“¡...Haber nacido para vivir de nuestra muerte..!”

Cesar Vallejo

Señor Durkheim: usted se tomó el trabajo de estudiar el suicidio y a los suicidas, pero claro, a usted lo que le interesa es el todo y no las partes dispersas. No obstante, permítame dedicarle este humilde recorrido por las azoteas del pensamiento. Porque estas palabras se refieren a la sombra de los trapecistas del último viaje, y a sus vaivenes previsibles.
Siguiendo una línea muy prosaica, pero efectiva, digamos que ella o él, un buen día se cansan. Se cansan de la miseria, del abandono, del desamor, de la ausencia, del descrédito, de la agonía.
Ese cansancio, no es una fatiga rutinaria. Es la deflación absoluta del espíritu, el vacío más descarnado, el hastío. La nada. Primero se juega con la idea, bajo una fascinación erótica. Luego, sin saber como, ella o él se encuentran frente al frasquito con cianuro, o al tambor descolorido del revolver, o al vértigo rapaz del piso quince. El resultado es simple. La muerte desaloja todo signo de dolor, es casi la puerta de acceso a un Nirvana (y no voy a ironizar con Cobain). Parece un argumento contundente e irrebatible. Pero a la hora de preguntarse por los precios y los costos, ella o él se sorprenden frívolos, tal como si estuvieran frente a la vitrina de los perfumes importados, la carta de vinos de finísima selección, o al sensual gemido del motor de una Land Rover. Entonces, aparecen los resabios dulces de catecismos mal aprendidos, o las señales desguazadas de la alegría. Convengamos que este universo será lo que fuere, pero cuesta partir, cuesta decirle adiós a nuestra propia desesperanza. Y ella o él, descubren que ese viaje de la nada hacia la nada que parecía un juego, no lo es. Y las dudas se agigantan sobre las propias preguntas.
¿Alguien entenderá nuestro gesto, nuestro sagrado sacrificio? ¿Alguien comprenderá que nuestro vuelo de kamikazes apuntaba directamente allí, al amor no correspondido, o a la condena laboral, o a las vidas que no fuimos, o a nuestros silencios, o a la rutina de vernos, cobardemente iguales, todos los días en infinitos espejos? Y en verdad, nadie puede afirmarlo. Se sabe que frente a otras formas de suicidio (altruistas diría Ud., don Emile) el mundo rinde sus homenajes, sinceros o de ocasión, pero en todos los casos, la memoria deja en el aire una promesa, que no parece estar asegurada para nuestras pequeñas tragedias. Duro golpe para ella, o para él, convencidos como estaban de su permanencia en el tiempo, o del vacío insoportable que habrían de generar entre las gentes. La gran trama literaria, nos presenta al joven Werther, o al sufrido Erdosain, y ella o él, se entusiasman pensando que entrarán a la inmortalidad cuando, al igual que estos héroes perdedores, corten el propio hilo de su vida. Pero este humilde escribiente se permite llamarles la atención: lo más probable es que a nadie le importe demasiado. Así, la amada imposible, o los anónimos transeúntes, o la madre despiadada, continuarán irremediablemente viviendo sus vidas.
Tal vez, queridos suicidas, alguien los llore un tiempo. No más que eso. De tal forma, el gesto desesperado de inmolarse, quedará perdido y desdibujado detrás de la bruma de la indiferencia. Hasta tanto se decidan, los invito a mi mesa trasnochada, porque no me sobra optimismo pero sí ganas de tomarme ese licor del goce, esa lágrima tumultuosa de la sangre que unos pocos ansiamos encontrar, aunque a veces la busquemos entre desesperanzas y tormentas existenciales.
Difícil dilema para ella o para él. La vida “que tienta con sus frescos racimos”. Y la muerte “que aguarda con sus fúnebres ramos”. El adiós al dolor, el anonadamiento, la esperada salvación. Y la pulsión que empuja hacia otros amaneceres, donde la sangre desborde sus ansias y no sus estertores.
Piénsenlo bien, mis estimados deudos de Durkheim. No se apresuren. Porque elijan lo que eligieran, la única certeza sigue resonando en las palabras del poeta: “no saber a donde vamos ni de donde venimos”
Hugo Celati

martes, 21 de julio de 2009

FEISBUK

No hay un criterio estético para agruparlos. Pueden verse allí los retratos de ex alumnos que remiten a un colegio señero, los de un grupete que celebra a la cerveza o los que adoran a Nietzsche, a Evita, a Bob Marley o al Ratón Mickey.
Personas que se reencuentran luego de años de distancias y ostracismos.
Amores que no apagaron su celo y hallan una huella inesperada.
Amigos que fueron, que son.(¿Qué serán?) Amigos de los amigos, intrusos que se admiten por el azar de la simpatía.
Debates políticos de fragorosa intensidad. Encuentros sorprendentes. Desencuentros mayúsculos. Si "el medio es el mensaje" usted lo notará aquí con creces. No obstante, no quiero ser impiadoso. Toda herramienta depende aún de quién la maneja. La opción está en sus manos. Del mismo modo, se puede modelar con barro o con mierda...es cuestión de elegir.
En este mundo paralelo todos sonríen, todos cautivan, todos irrumpen con paso festivo, incluso los melancólicos, los tristes, los bohemios, los iconoclastas.
Nadie escapa a la trama de seducción y encantamiento.
Hay tierra fértil para que las gentes descubran signos ciertos en el otro, abran puertas al diálogo diáfano y vigoroso, pero también para que multitud de Circes diseminen su veneno sobre los incautos o Giácomos Casanovas ensayen su galantería de ocasión ante damas que cometen la torpeza de confundirse en los laberintos espejados.
Hay juegos para matar ese implacable enemigo que desborda de los relojes y desguaza los almanaques.
Hay cientos de recursos mágicos: puede usted enviar flores o besos o mariposas a quién lo desee. También regalos de diseños ingeniosos y no habituales. (Habrá asimismo, al tan-tan de estos sucesos, una sorda lucha de intrigas, mordaces reproches que asomarán en los muros cual grafittis, habrá celos que arrancarán las sedas más sutiles de los corazones).
Y eventos en lugares distantes a los cuales usted podrá asistir sin moverse de su casa (no le dije que aquí sucede hasta lo inverosímil). Y habrá un espectro vedado a los ojos, al público conocimiento. Allí las confesiones tejerán sinsabores o caricias inciertas.
Bienvenido a este universo dónde todo es posible.
Verdad y mentira serán la misma cara de una sola moneda.
Tendrá usted que afinar la puntería, aguzar su vista, extremar su astucia. Como el cazador.
Después de todo más allá de los corazoncitos y las buenas vibraciones, la tierra que se pisa no es otra cosa que la selva.
Y allí lo quiero ver, amigo.
Más solo que nunca.
Hugo Celati (2009)

sábado, 18 de julio de 2009

BLUES DEL AMOR IMPOSIBLE

Parado estoy aquí/ esperándote/ todo se oscureció/
ya no sé si el mar descansará

Luis Alberto Spinetta




Maldigo la hora enamorada, los ojos enamorados, el sueño enamorado. Maldigo el momento, ese momento fatal, en que cegaste mi sangre. Maldigo las palabras que escribí, desde ese día, y el insomnio con el que copulo, desde ese día, y los pocillos de café que fatigo, desde ese día, y el silencio de mis lágrimas nocturnas, que celebro como un rito desde ese día. Maldigo a la lluvia de la angustia, y al quebranto de mis pasos, y a la muerte cotidiana de tu ausencia y tu lejanía.
Porque antes, antes de conocerte digo, yo penaba mi dolor con la sabiduría de un estoico. Pero desde que vos llegaste, mi dolor tiene una boca enrojecida, y es dos veces dolor, porque ahora sé, qué cosa es advertirte y no tenerte, qué cosa es buscarte y no hallar más que el perfume de tu adiós. ¿Y dónde estarse sin vos, dónde intentar la permanencia inútil?
Quizás en un vaso, en la discreta tristeza del alcohol. O incendiando de rabias inéditas, las páginas en blanco de mi desconsuelo. Porque todo es igual. Y ni siquiera la belleza de esa mujer que avanza por la calle y se acerca, alcanza a devolverme ilusiones. Porque nunca es tan vacía la belleza cuando no es la belleza de quién amamos con nuestra sangre envenenada. Belleza estéril y extranjera. Belleza hostil y distante.
Aquí estamos. Los sonámbulos del amor. Aquellos que al cerrar los ojos, no hacemos otra cosa que soñar nuestra vigilia eterna. Los que vemos en cada gesto, los que escuchamos en cada sonido, los que leemos en cada palabra, el zahir embrujado de nuestro amor. Aquí estamos, llorando en las penumbras de nuestras noches, ensayando sonrisas que nos lastiman como cristales rotos en los pies.
A la salud de todos nosotros, y de esa mujer que atormenta y ha atormentado mis páginas más oscuras, mis lágrimas más ocultas, mi vino triste y solitario, levanto la copa de mis penas. Pero no como un derrotado sin remedio. Porque esta copa, se levanta con el celo arrogante de los que pueden morir, pero no saben rendirse.
Hugo Celati

miércoles, 15 de julio de 2009

MAPAS

Por cierto, las puertas no se abren. La noche las cierra con un dejo de violenta ternura. El barrio transpira sus temores bajo el halo dulzón del humo que brota de los basurales.
En el último bar, el que se inclina al bajar la calle sobre el río, ellos disfrutan despreocupados de su vino ligero. Los ojos lejanos de un gato apenas se confunden con los del auto solitario que transita la bocacalle. Los relámpagos que atraviesan el cielo, con los brillos azulinos e intermitentes que se proyectan sobre las toscas veredas.
Hubo un tiempo en que la gente solía asomarse a la intemperie del verano, las sillas dibujaban la festiva geometría de tertulias y canciones, el brindis humilde pero solidario de las navidades, la explosión catárquica del año que se iba.
Por aquellos días, la vieja Unidad Básica “Las Veinte Verdades Peronistas” convocaba a los vecinos. Allí se vacunaba, se repartían medicamentos, también las canastas con sidra y pan dulce que tanto horrorizaban a los decentes ciudadanos de lejanas lindes.
Pero después, las fábricas callaron su trajín y el entramado de las ventanas con los vidrios rotos se atestó de fantasmas, pasajeros del ayer que al son del viento deslizan cada tanto el trueno de las máquinas, el aleteo de las bicicletas saliendo en abanico entre los portones, el rumor de voces en asamblea, las estampidas nocturnas que carcomieron las paredes, las siluetas oscuras que se llevó la madrugada, el rompecabezas que nadie pudo volver a armar.
El barrio se mudó de ropajes. Un silencio antes desconocido se fue afincando junto a los estrépitos cotidianos. Trabajos y alegrías permanecieron como acuarelas de un tiempo que ya nadie esperaba o como pequeñas manchas oxidadas en el cartel de la Unidad Básica.
Por eso, hoy el paisaje no tiene correspondencias con lo que alguna vez fue y parece ya no ser.
Hay humildes signos que la entereza se resiste a perder entre zanjones malolientes, las vecinas en corro a las puertas del almacén de don Vittorio, los bailes de carnaval del club “Primero de Mayo”, los chicos con el guardapolvo blanquísimo o los zapatos en la mano para la comunión o la fiesta del 9 de julio (con chocolate incluido) para que el barro no los empañe con las impurezas de una realidad invisible a los ojos de los funcionarios públicos, de la prensa independiente y de la gente de bien.
Sin embargo en esta época, la fiesta es una gran fumata oscura. Los niños no llegan a ser hombres porque la codicia de los escritorios jamás se sacia y se devora el futuro, como ya se devoró el crepúsculo del pasado.
El auto con ojos felinos se detiene. Los relámpagos, no.
Los cuatro guardianes del orden irrumpen en el bar, empujando hacia fuera a los despreocupados jóvenes. Todos contra la pared. Todos bajo sospecha.
La pobreza siempre estuvo más cerca del edicto policial que de los derechos y las garantías.
Pero el mapa de la seguridad lleva dibujado con trazo preciso sus límites.
Aunque el oprobio no aparezca en las referencias topográficas.

EL VIOLENTO OFICIO DEL RECUERDO

Húmedo, el brazo se deslizó sobre la piel salitrosa del odio. Pero la tarde, desatando los nudos del viento, trajo el dibujo difuso de los mares, y la calma violeta de los viejos jardines estivales. Quién puede saberlo, hay distancias que entrecruzan el hálito de sus miradas, papeles al aire que caen de los árboles como cuentas de un antiguo y tenue collar. La infancia, qué puede decirnos con sus juegos a destiempo sobre el fuego circular de la memoria, olores de naranjas que destilan una pena infinita, las risas, allí, acurrucadas en el rincón oscuro de los desvanes, el brindis presuroso del abuelo en aquella Navidad perdida.
Vendrán. Yo sé que vendrán los famélicos felinos a cobrar su presa. Yo sé que escaparán de los libros de Kipling, y buscarán con denuedo la huella sangrante de mi edad.

A MODO DE CONCLUSION

El hombre tomó la calle Entre Ríos buscando un taxi, pero de pronto se volvió. Ella se alejaba hacia el kiosco de la otra esquina, porque se había quedado sin cigarrillos. El vio como se alejaba y una extraña sensación se le instaló en el pecho. Triste , porque la mujer, tras sus pasos presurosos, dejaba en sus huellas la sombra de un adiós gigantesco. Pero a la vez, se sintió aliviado, ligero como esas palomas que ahora huían del Congreso y sus pirotecnias cotidianas. En la esquina opuesta, la que ella había elegido para cumplir con el rito de su compra, una multitud agitaba banderas, hacía sonar cacerolas y cantaba con furia consignas de fuego. Más allá, una empalizada de acero cerraba los caminos de la protesta, y detrás de la cortina enrejada y de los rostros adustos de los hombrecitos azules, que se apiñaban tras sus escudos transparentes y sus bastones de madera, los empleados del Poder Mundial, los escribanos de Bush y los expoliadores, habían cerrado su pacto con el Diablo. Pero eso, al hombre, no parecía importarle demasiado en esta noche. Ni siquiera cuando sus ojos creyeron engañarlo, y la figura de ella pareció acercarse a la rueda incendiada de los conspiradores en celo. Porque a él le pareció que ella...ahora estaba instalada allí, en el cordón de la vereda, y fumaba sin prisas mientras los contemplaba en sus saltos beligerantes. Ella estaba allí, casi en medio de la barricada de signos parisinos o cordobeses (después de todo, mayo parece un mes de eternas rebeldías). Por un momento, incluso, el hombre vio claramente como ella se sumaba a la hermosa turba desbocada y se alojaba en la marea de sombras y colores que alternativamente jugaban en medio de las luces cruzadas de la avenida.
Pero no supo si eso realmente sucedía, porque sus ojos estaban fijos en el cuerpo pequeño de la mujer, y podía distinguir su perfil, y sus cabellos morenos y largos, y sus ojos claros, y su boca luminosa. Sonrió, casi incrédulo, porque no era posible que tuviera esas visiones tan exactas, si todo era ahora un formidable aquelarre que desdibujaba los márgenes de la calle. Sin embargo, y a medida que se alejaba y que la multitud se hacía más inmensa y monolítica, los rasgos de ella se tornaban más y más exactos, más y más cercanos.
Entonces, agitó su mano en un saludo imposible, sonrió herido y feliz, paró un taxi, se subió y ya no quiso volverse.
-¿A dónde, maestro? preguntó ansioso el taxista
-A Constitución.
La calle estaba húmeda y la noche fría. El hombre se acomodó en el asiento, disfrutando de una paz inesperada, de un optimismo inaudito que poco tenía que ver con las heridas de su corazón. Llevaba en los ojos un extraño brillo de hogueras y lágrimas. El taxista corría por Belgrano y dijo
-Que bolonqui no...¿Le parece que salimos de ésta?
El hombre sonrío casi con displicencia y respondió
-No se preocupe. Siempre se sale.

HOMBRE QUE PELEA EN LA CALLE

Son muchos y avanzan bajo el agua. La estampida de colores irrumpe insolente por la apacible y señorial avenida del Libertador. La cámara de los noticieros los cristaliza con brutal indiferencia. Las lenguas estampadas sobre las remeras, más rojas, mas impertinentes, flamean en el vértigo de la loca carrera. Vociferan su rabia stone, su ímpetu guerrero, su pasión callejera e indomable. Los azules retroceden, y luego se lanzan en tenaz contragolpe. Llueven los vidrios, las piedras, los plásticos que el odio convierte en burdas armas de resistencia. En el suelo, junto a los heridos que el celo policial siembra con esmero, se apiñan los cartones de tetrabrick. Los rostros desafiantes se suben a las imágenes que a todo color la tradicional familia argentina contempla en sus hogares. Algún primer plano permite adivinar que el paco o el poxirám llevan años de estrago. La pobreza, también. O acaso, esa sed desesperada con la que buscan colarse en el festín de los lujosos pordioseros, esa furia irracional e incomprensible para los prolijos conductores televisivos, esa ciega marcha que discurre hacia los confines de la nada ¿No es hija de la miseria? El concierto comienza, el estadio aúlla, los brazos se agitan haciendo girar las camisetas, las luces se cruzan sobre el éxtasis, sobre la desmesura, sobre la masa que baila enardecida bajo la lluvia. El multimillonario Jagger salta a escena, tan flexible y joven, tan enérgico y frenético, tan eternamente rebelde. Ni sus amigos banqueros, nativos habitantes del cenáculo de Puerto Madero o de los countries excluvisos, pueden mitigar ese furor que atraviesa el tiempo. Street fighting man suena estridente y feroz sobre el escenario. Pero de espaldas a los que ahora mismo, son subidos con rudeza a los patrulleros. De espaldas a los que ahora están peleando, desheredados, en las calles solitarias de su desdicha.

MANIFIESTO

Por qué demonios algunos mortales, encendemos sobre las piedras del tiempo y el espacio, un raro fuego: muchas veces luce tonalidades bellas, pero en él arde nuestra piel y nuestro sueño.
El precio de esa obra es el dolor y no parece importarnos demasiado.
Tal vez, nadie elige el violento oficio de escribir, tal como los profetas no elegían anunciar los oráculos de Dios. Y la poesía se desborda de la sangre, casi sin que lo podamos advertir y sin que logremos esvitarlo, aun ensayando escapes absurdos.
El acto de engendrar a nuestra criatura, no es un acto del todo feliz. Se suda sangre y se reseca la boca de todas nuestras noches. Ese parto de tinta ensangrentada sobre el lecho blanquísimo y aterrador de una hoja virgen nos llena de dolores y angustias. Los desvelos son los únicos sueños ciertos en este viaje, del cual apenas conocemos el punto de partida, pero desconocemos siempre el de llegada.
¿Entonces, porqué escribimos? Escribimos porque queremos ser más que nunca nosotros mismos, pero también porque queremos ser otros y tal vez porque queremos ser todos y cada uno de los existentes. Escribimos porque no soportamos la realidad tal cual se le manifiesta al común de los hombres, incluyéndonos, porque nosoros -ya lo dijo Nicanor Parra- bajamos del Olimpo y aquí estamos, entre las gentes, tratando de transfigurarnos en los subtes atestados o en los trenes vacíos y tristes de las madrugadas vencidas. Escribimos porque no queremos dejar solos a estos hombres y a estas mujeres, solos con sus odios y sus temores, solos con sus pasiones mal bebidas, solos con sus amores felices o desencontrados.
Escribimos porque amamos mucho y no sabemos qué hacer con ese amor que nos tortura y nos enciende. Escribimos porque buscamos un rastro de sabiduría. Lo buscamos con la torpeza de los frágiles, pero con la tenacidad de los ciegos.
Y escribimos porque a pesar del dolor, hay una tierra de extraña felicidad que se nos abre ante los ojos, como un paraíso perdido.
Después de todo, ya bajamos del Olimpo. Pero alguna vez estuvimos allí.
Hugo Celati (1998)