jueves, 6 de agosto de 2009

EL HOMBRE NO HA VENIDO


EL HOMBRE NO HA VENIDO...

Pavorosa cólera precede a paso y qué con ese viento a no lavar los ojos y no dejar en el aire un solo vocablo sin partir por su lado más frágil. Decididamente el hombre no está hoy, en su pobre voz que no amanece, en su tibio cuerpo que aterido de frío se levanta y se viste malamente, en su oscuro pálpito sin números, en su viejo almanaque que no lleva señales ni sombreros ni zapatos ni órdenes ni tazas ni cucharas ni un saludo que se asome a los recuerdos. Decididamente, el hombre, humano en su sed y sus preguntas, el hombre que no sabe y que se inclina ante el prójimo o se cuenta los huesos de su traje, el hombre humanidad, la sangre inquieta, el hombre global, el pequeño universo de temores, el hombre multitud que se hacina en los trenes o se pierde en la calle, no ha venido, está ausente, su forma es una cicatriz de su esencia, su ser, un hilo enredado entre los pies de los dioses.
Y a qué venir ahora con su café y sus frases, sus periódicos deshabitados y el pañuelo que sangra sus deslices. Si la furia se antepone al sustantivo y le mutila el último sueño, el verbo en potencia que no será más que la parodia de su acto.
¡El hombre no ha venido...! ¡Escuchen bien...acaso ya no llegue!
Hugo Celati 2009 (Imagen: R.Magritte)

sábado, 1 de agosto de 2009

LA NOCHE


Ella camina sobre la cornisa del día, cuando los gallos aún no cantan desde las lejanías, cuando el tránsito desenvuelve sus rugidos impúdicos sobre el pavimento, cuando el trabajo despeina las veredas y acaba con el ayuno del silencio. Viste su negra falda, su oscuro raso de encaje que se extiende en las mangas como un gato desperezándose en el tejado. Camina descalza, los zapatos cuelgan de su bolso de cuero, se proyectan hacia abajo sin contradecir el rigor de la gravedad.
Al llegar a la esquina de Vicente Lopez y Junín se detiene. El semáforo vomita ansiedades y los autos fugan, hacia delante o hacia atrás, porque a estas deshoras el tiempo confunde sus máscaras. La dama de negro se apoya sobre la pared de ladrillos del Cementerio. Espera. Tal vez, sueña. A corta distancia mis ojos buscan retratarla porque ya saben que se tomarán de su imagen cuando la soledad del bar o de mi escritorio le abran paso a las palabras. Los motores detienen su furia contenida y cruzamos. Ella va delante. Ahora observo que avanza con la cadencia de una grácil bailarina. De un salto se posa en los umbrales del Design. Pero en ese mismo instante se desvanece en el aire. Perplejo, atino a caminar en círculos, la busco mirando a tontas y a locas. No está.
Súbitamente, la veo. Sin que yo sepa de qué forma lo ha hecho, su figura se contonea por el paredón del Cementerio que limita con Vicente Lopez. ¿No habíamos cruzado la calle? Las sombras me juegan una broma, me empujan dentro de esta ilusión óptica que teje siluetas brumosas a la hora en que el alba todavía desconoce su propia naturaleza.
Decido seguirla. (como otras veces...como siempre). Los árboles la ocultan y es gracioso advertir que sus manos parecen surgir ahora de los troncos añosos, o que su cabellera bruna es un dibujo caprichoso sobre la pared roída por los siglos.
Y entonces sucede, porque un mínimo brote luminoso se deja caer entre las partículas del aura, como una tenue llovizna de pétalos brillantes. Ella permanece quieta sobre las rejas. Me sonríe y su boca (lo sé) está plena de misterios , de frágiles pies cruzando los caminos, de licores y palabras que no se han dicho por última vez o que jamás, acaso, tendrán el mismo sonido sobre los cristales que el viento toca con sus dedos.
Su boca azulada, sus labios de fuego frío, de ardor en el invierno de la sangre, su piel que perfuma el devenir, el agua ansiosa de las horas, sus brazos que tantas veces trazaron alas en mi espalda.
La beso y su beso me excita como un perfume de jazmines en el jardín de los recuerdos.
Pero al abrir los ojos,( como otras veces, como siempre,) sé que no estará.
Que se habrá ido dejando acaso una pequeña estela de rouge en el sabor impávido y soñoliento de mi torpe despertar.
Que se habrá ido y solo me quedará esperarla sin certezas, casi soñándola.
Rogándole al sol que la libere del horizonte, que la deje escapar del río, solo para que yo pueda volver a perseguirla entre las calles innumerables.

Hugo Celati (fotografia: NATALIA MOLINERO)