sábado, 1 de agosto de 2009

LA NOCHE


Ella camina sobre la cornisa del día, cuando los gallos aún no cantan desde las lejanías, cuando el tránsito desenvuelve sus rugidos impúdicos sobre el pavimento, cuando el trabajo despeina las veredas y acaba con el ayuno del silencio. Viste su negra falda, su oscuro raso de encaje que se extiende en las mangas como un gato desperezándose en el tejado. Camina descalza, los zapatos cuelgan de su bolso de cuero, se proyectan hacia abajo sin contradecir el rigor de la gravedad.
Al llegar a la esquina de Vicente Lopez y Junín se detiene. El semáforo vomita ansiedades y los autos fugan, hacia delante o hacia atrás, porque a estas deshoras el tiempo confunde sus máscaras. La dama de negro se apoya sobre la pared de ladrillos del Cementerio. Espera. Tal vez, sueña. A corta distancia mis ojos buscan retratarla porque ya saben que se tomarán de su imagen cuando la soledad del bar o de mi escritorio le abran paso a las palabras. Los motores detienen su furia contenida y cruzamos. Ella va delante. Ahora observo que avanza con la cadencia de una grácil bailarina. De un salto se posa en los umbrales del Design. Pero en ese mismo instante se desvanece en el aire. Perplejo, atino a caminar en círculos, la busco mirando a tontas y a locas. No está.
Súbitamente, la veo. Sin que yo sepa de qué forma lo ha hecho, su figura se contonea por el paredón del Cementerio que limita con Vicente Lopez. ¿No habíamos cruzado la calle? Las sombras me juegan una broma, me empujan dentro de esta ilusión óptica que teje siluetas brumosas a la hora en que el alba todavía desconoce su propia naturaleza.
Decido seguirla. (como otras veces...como siempre). Los árboles la ocultan y es gracioso advertir que sus manos parecen surgir ahora de los troncos añosos, o que su cabellera bruna es un dibujo caprichoso sobre la pared roída por los siglos.
Y entonces sucede, porque un mínimo brote luminoso se deja caer entre las partículas del aura, como una tenue llovizna de pétalos brillantes. Ella permanece quieta sobre las rejas. Me sonríe y su boca (lo sé) está plena de misterios , de frágiles pies cruzando los caminos, de licores y palabras que no se han dicho por última vez o que jamás, acaso, tendrán el mismo sonido sobre los cristales que el viento toca con sus dedos.
Su boca azulada, sus labios de fuego frío, de ardor en el invierno de la sangre, su piel que perfuma el devenir, el agua ansiosa de las horas, sus brazos que tantas veces trazaron alas en mi espalda.
La beso y su beso me excita como un perfume de jazmines en el jardín de los recuerdos.
Pero al abrir los ojos,( como otras veces, como siempre,) sé que no estará.
Que se habrá ido dejando acaso una pequeña estela de rouge en el sabor impávido y soñoliento de mi torpe despertar.
Que se habrá ido y solo me quedará esperarla sin certezas, casi soñándola.
Rogándole al sol que la libere del horizonte, que la deje escapar del río, solo para que yo pueda volver a perseguirla entre las calles innumerables.

Hugo Celati (fotografia: NATALIA MOLINERO)

No hay comentarios:

Publicar un comentario