viernes, 19 de julio de 2013

OJOCHEL





Los ojos astutos se abren en abanico. La mirada refulge en diásporas de miradas, en el celo incesante escrito en sus pupilas. Está sentado en el estrecho marco de la ventana. Pájaros de hojas secas, moscardones peregrinos en el desierto del cielo que declina sus luces, silencios heridos por las voces que llegan del otro lado de la calle. Todo está escrito en su contemplación secreta, ávida aún en su mansa estampa de efigie. Cuando la sombra besa el dosel y los vidrios húmedos, él se estira y susurra. El arco oscuro de su contorno gime y resopla con sutil aire enceguecido.
Bailaor que atrapa estrellas desprendidas del firmamento atigrado, camina sobre el viejo mueble, salta hacia la mesa, besa el suelo con elegancia.
¿Qué ocultan sus lámparas inquietas, su terso andar, sus huellas invisibles sobre el delgado papel de arroz de mi camino? ¿Qué habrá en la oscuridad felina, en la tecla del tiempo que suena a los pies de Bastet y cuyo eco escondieron a Elal?
Majestuoso cacique cimarrón, las edades perdidas rugen en el quillango de su piel. Señor de los vientos, teluj en su cola erguida, brasas y cielo, desierto y piedras que lo sueñan hasta forjarlo del barro; el cenit del árbol agazapado, cordillera y río, nieve estelar de cada paso a paso, huella de sangre al galope.
Siempre será un misterio eterno, una canción que sólo escuchará él y sus espejos que dormitan en las tejas cerradas de la noche.

Hugo Celati (2013)

(Fotografía: H.C)

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