miércoles, 18 de septiembre de 2013

HERÉTICAS BIENAVENTURANZAS



“Bienaventurado el hombre que no espía a su hermano
será como un árbol plantado junto a una fuente”
ERNESTO CARDENAL



Bienaventurados los que crean en las hogueras encendidas. Los que no se bajaron de la línea, la intensidad, el fulgor y embisten contra el carro de asalto de la plutocracia. Los que no creen en el próximo noticiero, los que sospechan de la buena fe de los periódicos, los que no toman la palabra del cronista radial como la última palabra.
Los que desayunan sus desconciertos, sus monedas contadas. Los que no almuerzan más que la dignidad de su pasado y cenan en el basural de la Bolsa de Valores.
Los que creen en la risa de su hermano desconocido, los que contemplan con ojos de niño al hombre sin edad que reparte estampitas en los trenes.
Bienaventurados los que no firman contratos ventajosos que condenen a muerte al semejante, los que plantan árboles en lugar de tasar el metro cuadrado con códices
de sangre, los que trabajan la tierra con sus manos pero no participan en la ganancia de los commodities los que asignan partidas a hospitales, escuelas, comedores y asilos en vez de tachar las cifras del presupuesto y destinarlas a los asesores que aconsejan el degüello a la cabeza estatal y pública.
Bienaventurados los que juegan con sus hijos y no necesitan tarjeta de crédito para sobornar las ilusiones y el tiempo de estarse junto a ellos. Los que no se desesperan por el novedoso modelo tecnológico y solo disfrutan de aquello que los acerque a sus íntimos afectos. Los que pudiendo mirar desde la ventana del primer piso de la Historia, cómodos y seguros, armaron barricadas en París, en Ohio, en Córdoba, en Budapest, en Tian´anmen. Los que aman sin temor a desangrarse, los que miran a los ojos y no necesitan vidrios polarizados, los que toman la mano de un moribundo que está solo y ya no encuentra siquiera sus recuerdos. Los que hacen el amor por puro placer sobre la alfombra de la última encíclica admonitoria. Las mujeres que se aman con mujeres, los hombres que se aman con hombres, los hombres que se aman con mujeres, sin otra ley que la de su deseo.
Bienaventurados los habitantes de las rancherías, los pueblos originarios, los despojados de su nombre, los nn que ensayan su resurrección en cada cementerio, los artistas que se cortan orejas en lugar de perseguir a sus mecenas como perritos falderos, las prostitutas que rondan por las calles, expulsadas del paraíso y convertidas en objeto de consumo de los formadores de opinión o los cristianos padres de familia.
Bienaventurados los que no son bellos ni reportan riqueza, los que no son carismáticos y son atados a la silla de la burla cruel. Los poetas borrachos que amanecen en el umbral de los bares, los que no olvidan genocidios y percuten en el parche de la memoria cada hora de cada día, los que se indignan antes que de la inseguridad urbana, de las cifras de muertos por inanición o de los excluidos que navegan bajo la línea de flotación de la abundancia.
Bienaventurados los que no reclaman ganar más sino que se reparta lo que los privilegiados se roban. Los que creen en que es posible aún hacer de esta tierra un sitio donde no solo las ratas ilustradas se devoren las frutas de la Naturaleza, los que saben que el único crimen pasible de castigo es que unos pocos se queden con el pan de la mayoría.
Los que aman y lloran porque amar les dibuja un dolor mayúsculo en el alma pero no renuncian al amor.
Bienaventurados. Los que cargan las armas de su voz y no se resignan. Los que avanzan sobre el amanecer y derriban las puertas de los magnates.
Los que parirán al hijo del hombre, esta vez para abrir el cielo y tomarlo por asalto de una vez.

Hugo Celati (2008)
Imagen: Florencia Menéndez ("Abre")


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