miércoles, 18 de septiembre de 2013

BLUSTANGO

En alguna limusina alada se estremecen los corceles. Y esparcen un siniestro coro de bostezos y resoplidos que invaden el sopor de la Recoleta. ¡Ah...el aire neoyorquino no sé si le sienta bien a Buenos Aires! Estos viejos y cadavéricos yuppies sueñan sus fantasías a deshoras Y las suaves muñecas plásticas que manipulan entre bocados y finos eructos destilados por la belle cousine, ensayan por centésima vez sus mohines de siameses adormilados en exóticas alfombras orientales. La semana venidera la revista “Caras” los crucificará entre sus páginas para deleite de viejas esposas suburbanas que duermen con ruleros y crema entre las nalgas. Y tal vez allí veamos también a los próceres legítimos: los elegidos, la pequeña muchedumbre han de venir de Babilonia contra todo oráculo. Aunque hoy es un sábado caliente, y es muy probable que ellos aún estén frotándose las espaldas en punta del Este.
Mientras tanto alguien caminará por Carlos Pellegrini con el paso vencido, como buscando el puerto. Cruzará sus ojos con la gente. Que ríe. Que escapa. Que transpira la noche en sus zapatos. Habrá de ver a las chicas trabajando en esos bares de turistas sin destino mirando tras los vidrios con la lluvia en los ojos. Allí estará ella, demasiado rubia y demasiado obesa, calentando las sillas a la espera del náufrago. Habrá tropiezos en la calle. Y luces volcando sus señales torpes en los vasos. Y el ruido del subte golpeando las suelas como el corazón delator o el bombo perdido de las murgas. Alguien, entonces, doblará por Paraguay. Caminará junto a los zócalos como una cucaracha desbandada. Caerá al ruedo de Florida, para escuchar que we are late for diner. Y zarpará en su reloj hasta Corrientes. Dos tipos le ofrecerán una noche excitante entre los brazos de una vieja cabaretera deshilada. Pero quién no ha de saber que hay refugios más seguros en el vino solitario de los bodegones , sin entrada ni salida, donde se lucha contra todos los mares y todos los sueños que se ahogan entre gritos. Deambulará por las librerías en busca de extraños manuscritos febriles. Y terminará en un bar de Parque Centenario, escuchando al Sydicato del Blues, entre alcohol y soledad, entre distancias y temores, entre sombras y agonías familiares.
¡Ah, Buenos Aires cayéndose de boca entre los charcos de la noche! ¡Ah dónde queda la salida de la trampa para los que buscamos y no tenemos con qué, para los que no salimos en magazines ni veraneamos en Solanas ni somos los mejores! ¡Ah Buenos Aires revolcándose en el barro sedoso de los sábados, haciéndose de nuevo en cada rincón al calor de una pena y en la música de un grito! ¡Ah Buenos Aires, con todas las entrañas al desnudo, apuñalada por los fantasmas de tantas soledades y tantas muertes y tanto deseo en la punta filosa de los dedos!
Voy a volver sobre tus huellas que son todos los pasos perdidos del tiempo. Y a echar mi suerte con los dados roídos y cansados que Dios olvidó en una vieja mesa de “Los Galgos”.

Hugo Celati (1997)
Imagen: Fabián Vastasimón.

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