sábado, 18 de julio de 2009

BLUES DEL AMOR IMPOSIBLE

Parado estoy aquí/ esperándote/ todo se oscureció/
ya no sé si el mar descansará

Luis Alberto Spinetta




Maldigo la hora enamorada, los ojos enamorados, el sueño enamorado. Maldigo el momento, ese momento fatal, en que cegaste mi sangre. Maldigo las palabras que escribí, desde ese día, y el insomnio con el que copulo, desde ese día, y los pocillos de café que fatigo, desde ese día, y el silencio de mis lágrimas nocturnas, que celebro como un rito desde ese día. Maldigo a la lluvia de la angustia, y al quebranto de mis pasos, y a la muerte cotidiana de tu ausencia y tu lejanía.
Porque antes, antes de conocerte digo, yo penaba mi dolor con la sabiduría de un estoico. Pero desde que vos llegaste, mi dolor tiene una boca enrojecida, y es dos veces dolor, porque ahora sé, qué cosa es advertirte y no tenerte, qué cosa es buscarte y no hallar más que el perfume de tu adiós. ¿Y dónde estarse sin vos, dónde intentar la permanencia inútil?
Quizás en un vaso, en la discreta tristeza del alcohol. O incendiando de rabias inéditas, las páginas en blanco de mi desconsuelo. Porque todo es igual. Y ni siquiera la belleza de esa mujer que avanza por la calle y se acerca, alcanza a devolverme ilusiones. Porque nunca es tan vacía la belleza cuando no es la belleza de quién amamos con nuestra sangre envenenada. Belleza estéril y extranjera. Belleza hostil y distante.
Aquí estamos. Los sonámbulos del amor. Aquellos que al cerrar los ojos, no hacemos otra cosa que soñar nuestra vigilia eterna. Los que vemos en cada gesto, los que escuchamos en cada sonido, los que leemos en cada palabra, el zahir embrujado de nuestro amor. Aquí estamos, llorando en las penumbras de nuestras noches, ensayando sonrisas que nos lastiman como cristales rotos en los pies.
A la salud de todos nosotros, y de esa mujer que atormenta y ha atormentado mis páginas más oscuras, mis lágrimas más ocultas, mi vino triste y solitario, levanto la copa de mis penas. Pero no como un derrotado sin remedio. Porque esta copa, se levanta con el celo arrogante de los que pueden morir, pero no saben rendirse.
Hugo Celati

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