miércoles, 15 de julio de 2009

MAPAS

Por cierto, las puertas no se abren. La noche las cierra con un dejo de violenta ternura. El barrio transpira sus temores bajo el halo dulzón del humo que brota de los basurales.
En el último bar, el que se inclina al bajar la calle sobre el río, ellos disfrutan despreocupados de su vino ligero. Los ojos lejanos de un gato apenas se confunden con los del auto solitario que transita la bocacalle. Los relámpagos que atraviesan el cielo, con los brillos azulinos e intermitentes que se proyectan sobre las toscas veredas.
Hubo un tiempo en que la gente solía asomarse a la intemperie del verano, las sillas dibujaban la festiva geometría de tertulias y canciones, el brindis humilde pero solidario de las navidades, la explosión catárquica del año que se iba.
Por aquellos días, la vieja Unidad Básica “Las Veinte Verdades Peronistas” convocaba a los vecinos. Allí se vacunaba, se repartían medicamentos, también las canastas con sidra y pan dulce que tanto horrorizaban a los decentes ciudadanos de lejanas lindes.
Pero después, las fábricas callaron su trajín y el entramado de las ventanas con los vidrios rotos se atestó de fantasmas, pasajeros del ayer que al son del viento deslizan cada tanto el trueno de las máquinas, el aleteo de las bicicletas saliendo en abanico entre los portones, el rumor de voces en asamblea, las estampidas nocturnas que carcomieron las paredes, las siluetas oscuras que se llevó la madrugada, el rompecabezas que nadie pudo volver a armar.
El barrio se mudó de ropajes. Un silencio antes desconocido se fue afincando junto a los estrépitos cotidianos. Trabajos y alegrías permanecieron como acuarelas de un tiempo que ya nadie esperaba o como pequeñas manchas oxidadas en el cartel de la Unidad Básica.
Por eso, hoy el paisaje no tiene correspondencias con lo que alguna vez fue y parece ya no ser.
Hay humildes signos que la entereza se resiste a perder entre zanjones malolientes, las vecinas en corro a las puertas del almacén de don Vittorio, los bailes de carnaval del club “Primero de Mayo”, los chicos con el guardapolvo blanquísimo o los zapatos en la mano para la comunión o la fiesta del 9 de julio (con chocolate incluido) para que el barro no los empañe con las impurezas de una realidad invisible a los ojos de los funcionarios públicos, de la prensa independiente y de la gente de bien.
Sin embargo en esta época, la fiesta es una gran fumata oscura. Los niños no llegan a ser hombres porque la codicia de los escritorios jamás se sacia y se devora el futuro, como ya se devoró el crepúsculo del pasado.
El auto con ojos felinos se detiene. Los relámpagos, no.
Los cuatro guardianes del orden irrumpen en el bar, empujando hacia fuera a los despreocupados jóvenes. Todos contra la pared. Todos bajo sospecha.
La pobreza siempre estuvo más cerca del edicto policial que de los derechos y las garantías.
Pero el mapa de la seguridad lleva dibujado con trazo preciso sus límites.
Aunque el oprobio no aparezca en las referencias topográficas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario