miércoles, 15 de julio de 2009

HOMBRE QUE PELEA EN LA CALLE

Son muchos y avanzan bajo el agua. La estampida de colores irrumpe insolente por la apacible y señorial avenida del Libertador. La cámara de los noticieros los cristaliza con brutal indiferencia. Las lenguas estampadas sobre las remeras, más rojas, mas impertinentes, flamean en el vértigo de la loca carrera. Vociferan su rabia stone, su ímpetu guerrero, su pasión callejera e indomable. Los azules retroceden, y luego se lanzan en tenaz contragolpe. Llueven los vidrios, las piedras, los plásticos que el odio convierte en burdas armas de resistencia. En el suelo, junto a los heridos que el celo policial siembra con esmero, se apiñan los cartones de tetrabrick. Los rostros desafiantes se suben a las imágenes que a todo color la tradicional familia argentina contempla en sus hogares. Algún primer plano permite adivinar que el paco o el poxirám llevan años de estrago. La pobreza, también. O acaso, esa sed desesperada con la que buscan colarse en el festín de los lujosos pordioseros, esa furia irracional e incomprensible para los prolijos conductores televisivos, esa ciega marcha que discurre hacia los confines de la nada ¿No es hija de la miseria? El concierto comienza, el estadio aúlla, los brazos se agitan haciendo girar las camisetas, las luces se cruzan sobre el éxtasis, sobre la desmesura, sobre la masa que baila enardecida bajo la lluvia. El multimillonario Jagger salta a escena, tan flexible y joven, tan enérgico y frenético, tan eternamente rebelde. Ni sus amigos banqueros, nativos habitantes del cenáculo de Puerto Madero o de los countries excluvisos, pueden mitigar ese furor que atraviesa el tiempo. Street fighting man suena estridente y feroz sobre el escenario. Pero de espaldas a los que ahora mismo, son subidos con rudeza a los patrulleros. De espaldas a los que ahora están peleando, desheredados, en las calles solitarias de su desdicha.

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