viernes, 24 de julio de 2009

VENTAJAS Y DESVENTAJAS DEL SUICIDIO

“¡...Haber nacido para vivir de nuestra muerte..!”

Cesar Vallejo

Señor Durkheim: usted se tomó el trabajo de estudiar el suicidio y a los suicidas, pero claro, a usted lo que le interesa es el todo y no las partes dispersas. No obstante, permítame dedicarle este humilde recorrido por las azoteas del pensamiento. Porque estas palabras se refieren a la sombra de los trapecistas del último viaje, y a sus vaivenes previsibles.
Siguiendo una línea muy prosaica, pero efectiva, digamos que ella o él, un buen día se cansan. Se cansan de la miseria, del abandono, del desamor, de la ausencia, del descrédito, de la agonía.
Ese cansancio, no es una fatiga rutinaria. Es la deflación absoluta del espíritu, el vacío más descarnado, el hastío. La nada. Primero se juega con la idea, bajo una fascinación erótica. Luego, sin saber como, ella o él se encuentran frente al frasquito con cianuro, o al tambor descolorido del revolver, o al vértigo rapaz del piso quince. El resultado es simple. La muerte desaloja todo signo de dolor, es casi la puerta de acceso a un Nirvana (y no voy a ironizar con Cobain). Parece un argumento contundente e irrebatible. Pero a la hora de preguntarse por los precios y los costos, ella o él se sorprenden frívolos, tal como si estuvieran frente a la vitrina de los perfumes importados, la carta de vinos de finísima selección, o al sensual gemido del motor de una Land Rover. Entonces, aparecen los resabios dulces de catecismos mal aprendidos, o las señales desguazadas de la alegría. Convengamos que este universo será lo que fuere, pero cuesta partir, cuesta decirle adiós a nuestra propia desesperanza. Y ella o él, descubren que ese viaje de la nada hacia la nada que parecía un juego, no lo es. Y las dudas se agigantan sobre las propias preguntas.
¿Alguien entenderá nuestro gesto, nuestro sagrado sacrificio? ¿Alguien comprenderá que nuestro vuelo de kamikazes apuntaba directamente allí, al amor no correspondido, o a la condena laboral, o a las vidas que no fuimos, o a nuestros silencios, o a la rutina de vernos, cobardemente iguales, todos los días en infinitos espejos? Y en verdad, nadie puede afirmarlo. Se sabe que frente a otras formas de suicidio (altruistas diría Ud., don Emile) el mundo rinde sus homenajes, sinceros o de ocasión, pero en todos los casos, la memoria deja en el aire una promesa, que no parece estar asegurada para nuestras pequeñas tragedias. Duro golpe para ella, o para él, convencidos como estaban de su permanencia en el tiempo, o del vacío insoportable que habrían de generar entre las gentes. La gran trama literaria, nos presenta al joven Werther, o al sufrido Erdosain, y ella o él, se entusiasman pensando que entrarán a la inmortalidad cuando, al igual que estos héroes perdedores, corten el propio hilo de su vida. Pero este humilde escribiente se permite llamarles la atención: lo más probable es que a nadie le importe demasiado. Así, la amada imposible, o los anónimos transeúntes, o la madre despiadada, continuarán irremediablemente viviendo sus vidas.
Tal vez, queridos suicidas, alguien los llore un tiempo. No más que eso. De tal forma, el gesto desesperado de inmolarse, quedará perdido y desdibujado detrás de la bruma de la indiferencia. Hasta tanto se decidan, los invito a mi mesa trasnochada, porque no me sobra optimismo pero sí ganas de tomarme ese licor del goce, esa lágrima tumultuosa de la sangre que unos pocos ansiamos encontrar, aunque a veces la busquemos entre desesperanzas y tormentas existenciales.
Difícil dilema para ella o para él. La vida “que tienta con sus frescos racimos”. Y la muerte “que aguarda con sus fúnebres ramos”. El adiós al dolor, el anonadamiento, la esperada salvación. Y la pulsión que empuja hacia otros amaneceres, donde la sangre desborde sus ansias y no sus estertores.
Piénsenlo bien, mis estimados deudos de Durkheim. No se apresuren. Porque elijan lo que eligieran, la única certeza sigue resonando en las palabras del poeta: “no saber a donde vamos ni de donde venimos”
Hugo Celati

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