miércoles, 15 de julio de 2009

MANIFIESTO

Por qué demonios algunos mortales, encendemos sobre las piedras del tiempo y el espacio, un raro fuego: muchas veces luce tonalidades bellas, pero en él arde nuestra piel y nuestro sueño.
El precio de esa obra es el dolor y no parece importarnos demasiado.
Tal vez, nadie elige el violento oficio de escribir, tal como los profetas no elegían anunciar los oráculos de Dios. Y la poesía se desborda de la sangre, casi sin que lo podamos advertir y sin que logremos esvitarlo, aun ensayando escapes absurdos.
El acto de engendrar a nuestra criatura, no es un acto del todo feliz. Se suda sangre y se reseca la boca de todas nuestras noches. Ese parto de tinta ensangrentada sobre el lecho blanquísimo y aterrador de una hoja virgen nos llena de dolores y angustias. Los desvelos son los únicos sueños ciertos en este viaje, del cual apenas conocemos el punto de partida, pero desconocemos siempre el de llegada.
¿Entonces, porqué escribimos? Escribimos porque queremos ser más que nunca nosotros mismos, pero también porque queremos ser otros y tal vez porque queremos ser todos y cada uno de los existentes. Escribimos porque no soportamos la realidad tal cual se le manifiesta al común de los hombres, incluyéndonos, porque nosoros -ya lo dijo Nicanor Parra- bajamos del Olimpo y aquí estamos, entre las gentes, tratando de transfigurarnos en los subtes atestados o en los trenes vacíos y tristes de las madrugadas vencidas. Escribimos porque no queremos dejar solos a estos hombres y a estas mujeres, solos con sus odios y sus temores, solos con sus pasiones mal bebidas, solos con sus amores felices o desencontrados.
Escribimos porque amamos mucho y no sabemos qué hacer con ese amor que nos tortura y nos enciende. Escribimos porque buscamos un rastro de sabiduría. Lo buscamos con la torpeza de los frágiles, pero con la tenacidad de los ciegos.
Y escribimos porque a pesar del dolor, hay una tierra de extraña felicidad que se nos abre ante los ojos, como un paraíso perdido.
Después de todo, ya bajamos del Olimpo. Pero alguna vez estuvimos allí.
Hugo Celati (1998)

2 comentarios:

  1. No soy yo quien escribe estas palabras huèrfanas, dirìa uno que volviò al Olimpo y està sentado a la diestra del Maestro, y tras leer esta piedra fundamental no me queda otra que coincidir. No soy yo, es cierto, pero la escritura sigue, es la eterna compañera.
    Helios.

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  2. Amigo Helios...me complace que compartamos este "dulce yugo" de la escritura...
    Un cordial saludo

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